lunes, 1 de julio de 2013

El segundo, cuestión de querer

Hola de nuevo!!




Ya están aquí, los segundos están llegando. Algunos llegaron muy temprano y otros están sacando la cabeza estos días y meses. Amigas y conocidas han decidido ignorar la crisis y apartar de un manotazo los miedos e inseguridades tan comunes que trae consigo un segundo hijo y más en los tiempos que corren. Son valientes, desde luego. Pero no me quiero centrar en la valentía que implica lanzarse corriendo el maldito riesgo de perder el empleo, prefiero hablar de todo lo demás que conlleva dar un hermano a nuestro hijo.

Voy a hablar recogiendo experiencias, opiniones y tópicos de toda la vida sobre lo que se vive cuando llega el segundo. De momento, no puedo hablar por experiencia propia ya que sólo tengo un  pequeño. Pero me puedo hacer una buena idea... Ya desde el embarazo, la cosa cambia. Porque con el primero nos cuidamos, descansamos, papá no permite que estemos mucho rato de pie, nos deja toda la cama si hace falta para descansar bien anchas y dormimos tanto como nos pida el cuerpo (entiéndase fuera del horario laboral). Con el segundo, por lo visto, no hay mucho de todo esto. Porque, para empezar, si en el primer embarazo no cargamos ni con la bolsa de la compra, con el segundo toca levantar a un pequeñín de por lo menos 8 kg. Y cuando nace, pues toca lidiar con los celos del mayor, repartir atenciones y evitar el síndrome del príncipe/princesa destronad@. Y no parece nada fácil puesto que un recién nacido absorbe cada minuto del día. Y ahí es cuando papá y mamá han de repartirse las atenciones de los dos. El problema se hace grande cuando hay una diferencia de edad considerable. Es decir, cuando el ritmo del mayor es muy activo, se hace difícil compaginar actividades y el día a día es más ajetreado. Por ejemplo, si el mayor ya va al colegio, entonces tocará hacer dos viajes cada día, uno a la guardería y otro al cole. También será complicado compartir juegos entre los dos ya que el mayor se aburrirá con los juguetes de su hermano de cinco meses. Entre mi hermano y yo hubo nada menos que diez años de diferencia. A muchas madres les da pereza eso de volver a comenzar cuando el primer hijo ya es mayorcito. La mía debía tener ganas de marcha. No recuerdo haber compartido muchas cosas con mi hermano hasta que maduré un poco. Jugaba absolutamente a mi bola. Y no fue ningún problema, a los quince gané a un gran compañero de confidencias.

Tener un segundo hijo puede implicar ampliar una gran cantidad de cosas pero las principales son tres: la casa, el coche y la cuenta corriente. Lo de que si el primero es niño y el segundo también arregla lo de la ropa, pues es una verdad a medias. Al menos cuando es muy pequeño ya que si uno nace en junio y otro en diciembre, a la porra el cuadrar las prendas. Por lo menos, el segundo implica un ahorro. El de tonterías, precauciones y miedos. O al menos eso es algo en lo que coinciden muchas madres veteranas tras el segundo hijo. Vamos, que no desinfectaremos continuamente todo lo que toque el pequeño, no visitaremos urgencias tres veces en dos días por una fiebre y tantas otras cosas típicas de madres primerizas. De momento, me reservo la opinión. Soy demasiado primeriza ;-)

Si algo me ha quedado claro por los hijos de amigas mías es que el segundo siempre tiene un carácter diferente al mayor. Si el mayor es tranquilo, el segundo sale rebelde. Si el primero es prudente, el segundo un suicida. Pero si el mayor es un desastre en los estudios, el segundo seguro que saldrá de lo más aplicado. Conclusión: los hermanos no tienen por qué parecerse por muy hermanos que sean. Esto coge desprevenidas a muchas madres que viven una plácida y maravillosa experiencia con su primer angelito pues creen que el segundo irá calcado y acaban desquiciadas corriendo detrás de un torbellino rebelde. Y digo yo, ¿no es maravilloso que la naturaleza nos sorprenda de esta manera? ¿O no será que todo es mucho más sencillo? Vamos, que el pequeño se esfuerza por imitar a su hermano mayor sin comprender que tiene uno o dos años menos, muchas menos habilidades y menos conciencia del peligro. En estas circunstancias, ¿cómo no va a ser nervioso el segundo?

En definitiva, que hay que tener valor para tener un segundo hijo. Pero sobre todo muchísima ilusión. Porque con ilusión, las fuerzas llegarán y los problemas serán menos problema. Y tranquilas, que los niños crecen y llegará el día en que los pañales queden desterrados para siempre. Y con ellos el biberón. el chupete, las protecciones para los enchufes, el cochecito y tantas y tantas otras cosas para dar paso a una vida más sencilla y equilibrada con el ritmo de los padres. Pero también, amigas mías, echaremos de menos todo eso. Así que a vivir cada minuto intensamente y a guardarlo para siempre.

¡Hasta la próxima!

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