domingo, 23 de febrero de 2014

Hiperactividad

Los bebés hacen mucha gracia. Cuando comienzan a sonreír, balbucear, gatear, caminar, jugar... Cada cosa nueva que hacen nos encanta y nos enternece. Es más, hacemos palmas por cualquier tontería inesperada. Y esto lo llevamos fenomenal siempre que no se escape de nuestro control. Porque cuando dejas de tener a tu bebé tranquilo y sosegado en un lugar acotado, comienza una nueva etapa. Para algunas madres, una etapa de desespero. En estas estoy yo misma.

Muchas madres me decían, como primeriza que soy, que cuando mi hijo comenzara a caminar se acabaría lo bueno y echaría de menos los primeros meses. Por dentro pensaba que no sería para tanto y que esta nueva etapa tendría más cosas buenas que malas. Pues bien, comenzó hace unos meses a caminar y con sus primeros pasos llegaron también las caídas y golpes. Era previsible, de acuerdo. Poco después fue la manía de subirse a sitios poco apropiados. "Es cuestión de hacerle entender que eso no puede hacerlo", pensé. Pero ahora mismo el panorama no ha mejorado demasiado, todo lo contrario puesto que ese bebé explorador se ha convertido en un niño hiperactivo tocalotodo y amante de la destrucción. Y esto ya no hace tanta gracia.

Por poner algunos ejemplos, os diré que a los 18 meses del bebé se acabó el secarte el pelo, limpiar, mirar el ordenador o simplemente lavarte los dientes mientras dejas al niño jugando en su habitación o mirando los dibujos porque se aburre a los cinco minutos de hacer aquello con lo que lo creías distraído. Lo que quiere es merodear por el piso y coger cualquier cosa que NO sea un juguete. Cogerlo, lanzarlo al suelo o, con suerte, esconderlo en el lugar más inesperado. Y esto ya no te gusta porque sea lo que sea, continúa entrañando un peligro y trabajo extra "Qué hace esto aquí. Cómo ha llegado esto aquí. Cómo narices ha metido esto aquí", son frases habituales en nuestra vida. Sin ir más lejos, ayer metió en la lavadora su libro para pintar, dos marcos de foto y un cartón de leche lleno que al caer rompió en pedazos uno de los cristales de los marcos. Pero su pasatiempo favorito es coger patatas o cebollas y lanzarlas al suelo por toda la casa, Eso, cuando no se mete en la ducha vestido para jugar. O cuando no abre el grifo del bidet y se moja todas las mangas del jersey. Aunque ahora ha descubierto lo que es meter sus muñecos del Lego dentro de la taza del wáter. La velocidad con la que es capaz de empalmar una trastada con otra hace imposible perderlo de vista más de 30 segundos. Así que os podéis imaginar la odisea que supone estar sola con él y querer hacer cualquier cosa que requiera dejarlo a su aire cinco minutos. Toca resignarse y acotar su terreno de acción lo máximo posible.

Dicen que es cosa de niños. El tópico ese de que los nenes son más nerviosos, traviesos y destructores . Yo ya comienzo a temblar ya que si cuando apenas llega a la mesa y sin conocimiento suficiente para maquinar diabluras lía lo que lía, qué nos espera dentro de tres años?? Su mayor placer es ver caer las cosas y oírnos gritar por sus trastadas. Si esto dura unos años, habrá que ir pensando en canalizar toda esa hiperactividad apuntándolo a taekwondo. Lo peor es que ese nerviosismo no lo saca solamente en casa. Si vamos a una cafetería, ha de buscar algún sitio al que subirse o algún botón que apretar, da igual si es el del lavavajillas de los camareros. Si estamos en una tienda, acabará cogiendo los zapatos expuestos o abriendo las cortinas de todos los probadores. Así que, de nuevo, si estoy sola con él, los planes se reducen al parque o quedarnos en casa. Porque lo del cochecito está bien un rato, nada más. Y no quiero que nos prohíban la entrada en ningún local.

Pese a todo, esa sonrisa de pillo y las carcajadas que suelta cuando soltamos un "Nooooo" con cada travesura nos desmontan, nos deshacen. Al fin y al cabo, son niños. Pequeñas máquinas de destrucción, pero niños. Y sólo serán niños una vez en la vida.

Os dejo una prueba de la trastada de la lavadora