martes, 17 de septiembre de 2013

Comenzó la aventura




Ya es oficial, mi niño ha comenzado su cole de pequeños. Y está resultando como esperábamos. Aunque estos días sólo va dos horas, él entra triste y su padre sale doblemente triste. Por un lado me "alegro" de no tener que ser yo la que lo deja lloroso y vuelve a casa con remordimientos. Pero, por el otro lado, me sabe mal no estar a su lado en estos momentos tan importantes en su vida.

El primer día entró engañado. No lo digo porque le dijéramos "Vamos a por tu juguete, ahora venimos" y nos largáramos sin decir adiós. Me refiero a que no tenía ni idea de qué era aquello y qué iba a pasar, como es lógico. Así que allí se quedó. O mejor dicho, allí lo robaron de nuestras manos porque apenas te dan tiempo a despedirte. Por aquello de no alargar el adiós dramatizando en exceso. Lloró porque tenía sueño (cada mañana echa una siestecita de media hora) y no quiso el chupete. Finalmente se quedó dormido y así se lo encontró su padre al ir a por él a las dos horas. El segundo día durmió de nuevo y con semi pucheros fue investigando el territorio hasta que llegó papá y vio el cielo abierto. El tercer día los diez niños de su clase, él incluido, entraron llorando. Y hoy, ya en el pasillo se agarraba la pierna de papá para no entrar en clase. Está claro que ya sabe dónde se mete.

El jueves se quedará las ocho horas seguidas y la cosa se pone seria. Me pregunto si será consciente de que pasan las horas, demasiadas, y nadie lo va a rescatar. Me pregunto si tendrá la sensación de que lo han abandonado. ¿Tardará en distraerse y abstraerse del tiempo que pasa allí? Me comentaban que hoy a una niña de la clase no la han ido a buscar a la hora y la pobre se ha puesto a llorar al ver que llegaban padres a por el resto de sus compañeros y no aparecían los suyos. Qué lástima.

Tenemos clarísimas las ventajas de esta experiencia para nuestros hijos, a parte de la necesidad al trabajar ambos padres. Pero no tenemos ni idea de lo que pasa por sus cabezas cuando pasan de estar las 24 horas del día con papá y mamá o los abuelos y de repente se quedan en una clase rodeados de desconocidos. Por suerte, sabemos que van a descubrir un sinfín de cosas y que se lo van a pasar genial. Claro que, por lo menos en esta etapa inicial, cuando preguntas a las cuidadoras qué van a hacer allí, te contestan con  un simple y pelado"Jugar". También es curioso que ahora que por fin tiene su pequeña pandilla de juegos, te cuenten que tu hijo va a su bola. Y piensas "Vale, lo hacen todos a esta edad, ¡pero si nuestro niño era muy sociable!" En fin, que no vale la pena hacerse películas porque todo llega a su debido tiempo, hasta el pelearse por el mismo juguete (que no deja de ser una manera de comunicarse).

Ya os comenté en el anterior post que los niños se enganchan y despegan dependiendo del juego que les des y el roce. Pues por mucho que te digan que esto va y viene, que cambiará segurísimo en poco tiempo y volverá a pedirte brazos, he de decirlo, lo llevo fatal. Quiero mamitis, defiendo la mamitis y estoy dispuesta a tener una lapa pegada a mi pierna todo el tiempo que haga falta. Y si algún día resoplo y alguien me quiere recordar estas palabras, aceptaré el mea culpa. Qué queréis que os diga, lo necesito, forma parte de mi.

Y saliendo de este empalagoso momento, prometo cambiar de tema y aparcar la guardería en mi próximo post. Volveré a echar un vistazo alrededor para hablar de madres que lo hacen todo con sus hijos porque no entienden su vida de otra manera y lo llevan de fábula. Madres que lo hacen todo con sus hijos y viven al borde de un ataque de nervios. Y madres que se lo montan de maravilla  y encuentran tiempo para compaginar la faceta de madre y mujer "libre". ¿Os sentís identificadas con algún grupo?

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