lunes, 19 de agosto de 2013

Los trocitos, un episodio de miedo

Hola a todas!



Ya estoy aquí de nuevo después de unas semanas de vacaciones. Han sido unas vacaciones realmente diferentes y no os voy a engañar, no demasiado relajadas. Justo antes de hacer maletas, fuimos a la revisión de un año con la pediatra y nos llevamos de allí una nueva lista de consejos en alimentación. Esperaba con ilusión la llegada de una nueva etapa en este sentido pero, ay, ilusa de mí, me las prometía demasiado felices!! Por lo que me han contado, a unos niños les cuesta y a otros no. Pues el mío entra de lleno en el primer grupo. El título de mi peli de terror veraniega se llama: "Los trocitos"

Así es, la recomendación en esta etapa es la de dejar de lado progresivamente el triturado para comenzar a masticar. Y da igual que tenga cuatro dientes que ocho. Cuando le comenté a mi enfermera que todavía le trituraba los fideos de la sopa porque me hacía ascos, me echó tal mirada de "¿Cómorrr?" que me fui de allí dispuesta a ir hasta el final en mi lucha por conseguir que mi pequeño espabile. Quizás me lo he tomado demasiado en serio y tal vez exagero imaginando a mi hijo en la guardería con su papilla mientras los demás comen bocadillos pero soy así de tozuda. Pues bien, con esa misión puesta entre ceja y ceja llegué al apartamento de veraneo. Eché un vistazo a todos los alimentos que debo ir incorporando a su dieta y le planté delante un plato de macarrones con tomate. No hace falta que os diga que no se comió ni uno. Ni entero, ni cortado ni triturado. Por la noche probé con una tortilla a la francesa. La recogí trozo a trozo del suelo. Al día siguiente ya estaba hirviendo verdura de nuevo pero probé con chafarla en lugar de triturarla. Entre manotazo y manotazo a la cuchara creo que limpié verdura hasta de las patas de la silla. Valoración inicial del proceso: fracaso absoluto.

Todo esto fue acompañado de nervios, desesperación y discusiones con mi marido. Porque os aseguro que estos momentos de estrés repercuten, siempre, en la pareja. Y de nuevo llegó el aluvión de consejos. De de las abuelas: "Es todavía muy pequeño, sigue dándole la papilla porque lo importante es que coma. Ya tendrá tiempo de comer macarrones. Si apenas tiene dientes" Estos consejos fueron diametralmente opuestos a los de las amigas madres recientes: "No des marcha atrás porque entonces se saldrá siempre con la suya. Sigue intentándolo poco a poco. Y si un día come menos o no come, tú no te preocupes"

Si recurría a la verdura triturada, sentía que no avanzaba nada y posponía un trance por el que habría que pasar sí o sí antes o después. Si por el contrario me empeñaba en que comiera trozos, me jugaba el que el niño se fuera a la cama sin comer o que cogiera manía a la comida. Así que opté por una combinación de ambas cosas: medio plato triturado y medio chafado para que fuera masticando mínimamente algo. Los primeros días no fue fácil ya que iba escupiendo los tropezones. Y llegué a pensar que la había pifiado porque mi hijo ya no se fiaba de lo que le daba y de entrada ya ni abría la boca. Había que batallar desde la primera cucharada para que viera que era esa fruta o esos cereales que tanto le gustaban. Reconozco que no llevé bien porque ver comida saltar por los aires me desquicia. Y encima tocaba distraerlo para que no pensara en lo que le estábamos dando. Pues ya nos veis a los dos más otra pareja de amigos haciéndole las mil monerías durante media hora o más. Fue agotador..

No, estas no han sido unas vacaciones relajadas. Todo el día pendiente de la hora para irnos a tiempo de la playa y darle la comida (porque si llegábamos a la una o más tarde, se nos dormía literalmente encima del plato), haciendo los mismos potajes que en casa (nada de comidita rápida en plan vacacional) y peleándome comida, merienda y cena. El otro día fuimos a casa de unos amigos y no llevamos su cena. Improvisamos pan con tomate y jamón dulce. Con el pan no hubo problema pero los trocitos de jamón fueron otra historia. Se los intenté meter por encima del pan y por debajo. Incluso puse a las hijas de nuestros amigos a comerlo delante suyo para ver si él se animaba a imitarlas... No funcionó nada. Creo que lo engañé para que comiera la friolera de dos virutas de jamón. Y casi me cayó la lagrimita de la emoción. Cómo no, acabé pidiendo la escoba y fregona para borrar la batalla campal. Por suerte, la pareja anfitriona tiene dos niños y fueron comprensivos.

A día de hoy ya he conseguido que coma verdura chafada con virutas de pescado o carne (esta si triturada), la fruta poco triturada y la pasta de la sopa entera (maravilla y sémola). Y ya come yogurts naturales normales (no de bebé). Esta semana me he empeñado en conseguir que coma tortilla a la francesa. Lo de los macarrones no sé si dejarlo para la guardería. Me dicen que esto nos  ha ido bien iniciarlo en vacaciones porque en el día a día vamos cansados y no tenemos tanto aguante. No sé qué decir, me parece un sueño la imagen idílica que tenía de playita y relax en la orilla. Solo cuando he pasado tres días con mis suegros he conseguido bajar a la playa relajada con la mente en  blanco.

No puedo decir que haya superado ya la prueba de los trocitos pero sí intuyo que es cuestión de persistir y no volverse loco. Y, como siempre, mi consejo es evitar los extremos. No hay que retrasarlo al año que viene pensando que ya comerá cuando sea más mayor pero tampoco mandarlo a la cuna sin comer si no le da la gana masticar. Creo que es pronto para eso. Ya sé que me intentará agotar para salirse con la suya y que si le doy una galleta se le acabarán todas las tonterías pero hay muchas cosas que no comprende todavía y no puedo razonar con él. Y como todavía somos más perspicaces que ellos, seguro que encontramos la manera de colar esos bocados. Si hoy conseguimos cuatro cucharadas de las buenas, mañana seguro que serán cinco o seis. Así que sigo erre que erre con este reto y os repito el mejor consejo que hay en la crianza: PACIENCIA

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